Capítulo 2
Un baile en Palacio
Parte 3
El regreso
El regreso
Por Coco
Cara vio de frente al Rey, se levantó ignorando que acababa de pedirle que bailara con él y se acercó a su hermana. Frederick iba a decir algo cuando, la siempre oportuna, de Calderot le tendió la mano para bailar con él. La reina estaba airada y no podía contener la furia que sentía, quizá no fuera la amantísima esposa que se esperaba, pero cumplía con su papel y respetaba al Rey. La reina tomó de la mano a la institutriz y caminó con ella.
Naty intentaba distraerla, pero parecía inútil. La reina estaba muy ofendida, eran demasiadas las cosas que había tolerado y soportado en los últimos años; cuando llegó al reino había albergado la esperanza de encontrar en el Rey a un hombre que la hiciera feliz. Cuando su padre le informó que se había acordado su matrimonio, también le había dicho que debía sentirse afortunada, los Strigo tenían una deuda con el soberano griego y el precio para satisfacer la deuda incluía un matrimonio. Hubiera querido decir que no, armarse de fuerza y quedarse en Grecia, pero había sido educada para obedecer. Una sola ocasión se había rebelado a los designios de su padre...
- ¿Cara, me escuchas? - Nefertari estaba a su lado, pero su hermana no le prestaba atención.
- ¿Cuántas otras amantes habrán asistido? ¿Cuántas me habrán saludado afectuosas? - Veía a la multitud; aunque estaba indignada sentía curiosidad, no celos.
La segunda esposa del Rey Frederick era una mujer mucho menor que él, una joven de origen griego de mirada dulce, carácter suave pero firme y de elegantes y exquisitos modales. Nunca imaginó que llegaría el día en que habría de convertirse en la reina del más poderoso imperio del Continente. Junto a ella había llegado su hermana y Natalie Armitage; en Grecia había quedado su gemela, su hermano, su padre y sus recuerdos. Naty Armitage era la institutriz de las princesas y esa noche estaba contenta, se había despertado feliz; le gustaban las fiestas, la personas sonriendo y bailando, y esperaba poder bailar así fuera una sola vez.
Di Franco, siempre galante, le había pedido que bailara con él y la joven había aceptado, pero su timidez había aparecido y mientras bailaba con él se había sentido torpe. No era muy buena bailarina y después de eso había preferido quedarse en compañía de otras damas. Le gustaba acompañar a las princesas, Cari llenaba de alegría cualquier lugar y Hatty era el ser más dulce del mundo.
Naty era una mujer muy tímida y callada, le gustaba ver, pero no que la vieran y por lo mismo cuando era parte de las celebraciones de Palacio terminaba observando en un rincón, al mantenerse al margen se enteraba de muchas más cosas. Desde el lugar en que se encontraba podía observarlo todo. Le gustaba ver bailar al príncipe Ferdinand, era un joven muy atractivo y un excelente bailarín; esa noche bailaba con Nerfertari aunque no hablaban. Cara se había alejado y charlaba con la vieja baronesa Freire, una mujer cuyo excesivo y dulzón aroma a flores precedía su ingreso a cualquier habitación, pero a Naty le resultaba simpática. Ilona se había acercado a Cari y hablaban como en secretos, cosa usual entre ellas, y Hatty bailaba con el hidalgo español, un hombre extremadamente atractivo que a Naty no le gustaba para nada. Algo en su manera de hablar y la cercanía con la ingenua princesa la ponían nerviosa.
La Duquesa pasó a su lado y le sonrió con cortesía, como siempre, como a todos, era una mujer que la intimidaba; tan distinta a Naty como el agua y el aceite. A Natalie le gustaba verla en compañía del Duque, igual que le gustaba ver a los Di Franco, imaginaba que no podía haber dos parejas más felices y enamoradas en el mundo. Se había alejado mientras veía a las parejas bailar; desde la ventana veía la oscuridad del jardín. El laberinto la ponía nerviosa, la inmensa extensión de pasadizos se extendía por un buen tramo del jardín central y como se contaban tantas historias de personas que desaparecían, lo evitaba a toda costa; ni Nefertari, que siempre lo visitaba, había logrado convencerla de acercarse. Esa noche le parecía aun más sombrío y se alejó asustada.
No había dado dos pasos en la dirección opuesta cuando sintió un brazo que la tomaba por la cintura y una mano que le cubría la boca, una acción innecesaria, no habría sido capaz de gritar. Si no perdió fuerzas y se desmayó en ese momento, no tardó en hacerlo cuando al encenderse las luces de la habitación en que la habían metido, le mostraron un rostro que creía que jamás volvería a ver. Reaccionó instantes después, un hombre estaba a su lado con el rostro aún más sombrío que el laberinto, pero que le sonreía con tanta dulzura que le pareció estar soñando.
- ¡Richard! - no se atrevía a hablar en voz alta, pero la emoción en su voz la entrecortaba - ¿Eres tu?... ¿Eres realmente tu?
Richard la abrazó con fuerza y Naty comenzó a llorar de alegría; pero una sombra cruzó su rostro, palideció y estuvo a punto de desmayarse nuevamente.
- No puedes estar aquí... ¿cómo?... es imposible. ¡Debes irte!... !¿Si te ven?!... - era incapaz de seguir hablando.
Casi una hora después, regresó al salón del baile nerviosa. No se creía capaz de caminar y mucho menos de hacer lo que Richard le había pedido, pero era menos capaz aun de negarse. Se obligó a llegar al lugar en que la reina charlaba con Hatty y le pidió que la acompañara. Hatty se preocupó al verla e insistía en que saliera al jardín a tomar un poco de aire, afortunadamente Cara pareció comprender que necesitaba decirle algo y se alejó en su compañía. Natalie quería decir algo pero no sabía qué o cómo y optó por guardar silencio ante el temor de empeorarlo todo, "¡Cómo si fuera posible empeorarlo todo!".
Entraron a la salita de la que había salido momentos antes. Cara vio una figura masculina junto a la chimenea, no necesitó nada más.
- ¡Richard! - Armitage se había colocado frente a ella, callado, serio y con lágrimas en los ojos.- Creí que habías muerto... ellos... mi padre… ¡Dios mío!
El peso de lo ocurrido era muy grande y se dejó caer agobiada por la impresión y una culpa que se acrecentaba a cada instante. Quería explicarle lo ocurrido, quería decirle todo por lo que habían pasado, quería dejarle en claro que nada era su culpa, pero no sabía cómo; se sentía la más culpable de las mujeres, y el dolor que había vivido cuando le informaron de la muerte de Richard solo podía compararse con lo que estaba viviendo en ese momento.
Armitage permanecía callado, no era capaz de articular palabra. La levantó del piso y la veía con severidad.
- Una reina no debe arrodillarse...
- ¡Me odias!... ¿cómo no ibas a odiarme si lo estoy haciendo yo misma?... Richard yo... Nada tengo para decir en mi defensa, salvo que soy débil y no supe como luchar... ellos tenía pruebas, cartas de tu banco en Londres... ellos me dijeron, nos dijeron... pregúntale a Naty, yo no era dueña de mi misma.
- No habían pasado ni dos meses Cara, ¿Tanta prisa tenías por convertirte en reina?
- ¿Esto? - tomó la tiara en su cabeza y la arrojó a los pies de Armitage. - Mi padre... tu lo conoces... no podía oponerme.
- ¡Podías! ¡Debiste! - La violencia de las emociones que lo invadían no lo dejaban pensar con calma, nada de lo que había previsto decirle se articulaba en su garganta.- Me aferré a la esperanza de volver a verte... ¿para qué?, para que me digan que perteneces a otro... ¿Cómo Cara?, ¿Qué mentiras han dicho? ¿Qué han hecho?
Si un rayo la hubiera fulminado en ese momento la impresión no habría sido mayor, estaba callada, incapaz de responderle. Él, justamente, había regresado de la muerte para señalar sus culpas y la encontraba culpable, pero nadie podía señalarla más de lo que se señalaba a sí misma.
- No me preguntaron que quería, se me informó que iba a casarme. Me dijeron que habías muerto, me mostraron cartas...
- ¡¿Cartas?!, ¿Qué cartas?
- ... el armador en Londres se puso en contacto con Naty para decirle que el barco jamás llegó a su destino. Nada puedo decir en mi defensa, jamás imaginé que esto podía ocurrir... - El mismo terror que reflejaba la cara de Naty, se dibujó en la de la reina.- ¡Dios mío!, debes irte... ahora mismo.
- Cara... - Richard no era capaz de seguir culpándola, no entendía sus acciones, no entendía su debilidad, pero no podía alejarse nuevamente de su lado.
- ¿No lo entiendes?... Es el Rey, no cualquier hombre... ¡Si llega a saber de ti!
- Él también tiene derecho a saber la verdad.
- ¡Calla!, no lo repitas, no lo repitas.- la reina se había dejado caer en un diván y sollozaba.
- ¡Cara!, no llores, no soporto verte así.
- Tienes que irte. ¡Debes irte! Es muy peligroso que sigas aquí.
- No le temo.
- Deberías, por ti, por mi, por Nefertari... por Naty. - Richard, que estaba de rodillas a su lado parecía recobrar el control, no solo se trataba de él.
- Me pides que me aleje y no puedo, no soy capaz de irme, no otra vez.
- No entiendes que todo ha cambiado.
- ¿Lo amas? - Cara lo miró a los ojos y le acarició el rostro.
- No, yo no elegí esto Richard. Si no hubiera sido una cobarde, hoy mismo podríamos ir a nuestra isla y ser felices; pero no tengo tu fuerza, solo soy una mujer.
- Cara...
- No es justo para ti, tampoco para él... no lo amo, pero no se merece esto y jamás lo entendería. Ni yo lo entiendo... no hay nada que hacer, él es mi esposo.
- ¡Tu esposo soy yo!
Gracias Coco!
ResponderEliminarGuau !! la historia se pone más que interesante ! me encantaron esos diálogos entre Cara y Richard... Y la institutriz.. ay que familiar me resulta ;)... Besotes Coco , quedó genial el capítulo..
ResponderEliminarNaty
Me gustan los detalles de la trama, la parte en el jardín donde se encuentran Naty y Richard muy misteriosa jaja dije quién será, saludos.
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